1. ¿QUÉ NOS MUEVE A CONSUMIR?
Una de las principales aportaciones de la Antropología del consumo es señalar que la “sociedad de consumo” influye y a veces delimita nuestro comportamiento, pero que también nosotros y nosotras, como personas que consumimos dentro de ese espectro que se nos ofrece, tenemos capacidad de elegir un producto o servicio, y esa elección dependerá de factores como nuestros ingresos, el punto de provisión que nos resulte más conveniente, la información que tengamos sobre las opciones de adquisición, nuestro posicionamiento ideológico incluso, pero asimismo entran en juego elementos menos evidentes y nombrados (Narotzky, 2007). Y además de eso, esas decisiones tomadas como individuales, afectan a la estructura de este sistema socioeconómico, provoca cambios en él, y en ocasiones obliga a las empresas a realizar cambios en sus formas de actuar, y a los poderes públicos a poner énfasis en determinados aspectos que los protejan. La decisión en la práctica de decantarse por un producto o servicio, o de continuar siendo cliente de una empresa, está influenciada por factores que muchas veces son ignorados, como por ejemplo, los sentimientos que genera enfrentarse a un proceso de reclamación. Por tanto, las vías de comunicación establecidas por las empresas para comunicarse con los clientes, y la forma de solucionar problemas, serán factores que influyan en la decisión.
A partir de 2007 hasta la actualidad tenemos que hablar de un cierto cambio de tendencia. La recesión unida a la posterior coyuntura ya no solo de crisis, sino de desmantelamiento de servicios y garantías que se tenían por seguras, ha hecho que los valores se modifiquen, se formulen desde otras variables, en las que ese hiperconsumismo imperante ha tenido que vérselas con la disminución de oferta y de posibilidades de adquisición de bienes por parte del colectivo de consumidores. Situación que ha encontrado a la población desprevenida, con pocas herramientas para afrontar ese cambio, ya que esa retracción de las empresas ha supuesto en parte una pérdida de calidad en la oferta, entendida esta desde el propio producto o servicio, hasta todo lo relacionado a la atención al cliente postventa, como por ejemplo, las vías de ejercicio de derechos. Y esta situación no ha afectado solo al sector privado, sino también al público, puesto que los recortes de gasto público de los últimos años también han llegado a los departamentos de consumo de los diferentes niveles administrativos, y a las entidades privadas, cuya principal vía de financiación viene desde el sector público.